
Sin
el refuerzo de paz y valores que da mano a mano, los chavales estaban pasando
unas vacaciones llenas de angustia, cada cual en su barrio, en su
ambiente, escuchando amenazas y maldiciones para el contrario. Había que
unirlos de nuevo. Y eso hicieron, una marcha semanal sin pancartas ni banderas
en la que el único lema está en las camisetas de los estudiantes: Caminemos
juntos, se lee en tres idiomas.
“Estamos convencidos de que trayendo a
los niños aquí estamos creando una nueva generación de ciudadanos que se
conocen de forma directa, sin prejuicios ni sombras, que rompemos muros. Ellos
ven a sus amigos, no una bandera. Nos dan lecciones cada día”, señala emocionada una madre.
En
cada aula hay un profesor árabe y otro israelí, que usan indistintamente los
dos idiomas. En los pupitres se mezclan cristianos, musulmanes y judíos de
diversas tendencias.
En
esta escuela hay espacio para demostrar que, si en la práctica ya vivimos juntos,
aunque no nos miremos, si un día reparamos en que el de al lado es otro yo,
dejaremos de hacernos daño.
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