Diario El País ( 3
de noviembre 2012)
Carmen Morán
La llamada a la
cooperación ha llegado al corazón de los barrios donde los vecinos, a título
individual o buscando fructíferas uniones, encuentran la manera de ayudar a los
que se hunden en la pobreza sobrevenida. Familias que se organizan para que
haya suficientes libros escolares, tiendas solidarias con productos donados,
personas que preguntan qué pueden hacer por aquel al que ven sufrir en su
calle, el que oye en la oficina que los vecinos han votado por unanimidad
perdonar los impagos del que no puede abonar la comunidad; los que organizan
comidas en sus casas para repartir entre muchos. Proliferan las páginas web en
las que se ofrecen cosas a cambio de nada, como telodoy.net o
telodoygratis.com. Los medios de comunicación cuentan cada día historias
espontáneas de solidaridad que tratan de cerrar el enorme agujero que han
dejado los recortes presupuestarios en la protección social pública.
Curiosamente, la
gente aplica una buena dosis de delicadeza para alejar de los menesterosos el
estigma de la pobreza y la exclusión. Los
vecinos han salido al rescate de aquellos para los que el contrato social yo
trabajo y genero riqueza, tú me proteges cuando eso falle ha resultado un
fraude.
Entrevecinos se
llama, precisamente, un proyecto que este año se ha iniciado en Zaragoza, a
rebufo de experiencias similares en otras regiones que surgieron en la
Confederación Estatal de Asociaciones de Vecinos. Es casi un juego que cuenta,
como el Monopoly, con dinero de mentirijillas. Hasta la tienda solidaria, en la
calle de San Vicente de Paúl, 26, llegan aquellos que han decidido participar
en un programa de búsqueda activa de empleo, porque de eso, finalmente, se
trata. Allí cambian sus billetes, que no son euros, sino vecinos, por productos
de higiene, comida, ropa; todo donado y gratuito. Las reglas del juego, explica
el coordinador del proyecto, José Carlos Monteagudo, son que se impliquen en un
proceso de empleabilidad, pero para que esta gente pueda dedicarse a buscar
trabajo tienen que tener garantizadas las necesidades más básicas de
alimentación e higiene, ellos y sus familias. El asunto es rescatarlos antes de
que el paro, pertinaz, los coloque en el despeñadero.
A pesar del atasco contra el que luchan cada día los
trabajadores sociales que se encargan de estos casos en los Ayuntamientos,
siguen siendo ellos los que determinan en este peculiar Monopoly de Zaragoza
quiénes pueden jugar, y son también ellos los que reparten, con su criterio,
los vecinos para que vayan a la tienda solidaria cada viernes al mediodía.
Los trabajadores sociales atienden ya a más de ocho
millones de personas, con datos de 2010, los últimos robados al Ministerio de
Sanidad y Servicios Sociales. Sin embargo, los dos últimos presupuestos de
Mariano Rajoy han disminuido la partida que llega a los Ayuntamientos para
estos fines en un 65,4%: para el año que viene solo habrá unos 30 millones.
La gente tiene que
organizarse y trocar, como mejor se pueda, la
caridad por solidaridad. Las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos
(Ampas) devienen pequeñas familias. Ocurre, por ejemplo, en Castellón. Las
familias dejan en el centro escolar los libros de sus hijos, que han pasado al
siguiente curso, y cogen los de otros. Si aun así falta algo se aporta entre
todos. Así se han organizado en algunos colegios, explica la presidenta de la
federación de padres de Castellón, Loli Tirado. También los profesores están
ayudando con su trabajo desinteresado, con fotocopias, para cubrir lo básico,
pero seguimos viendo cómo hay niños que no pueden ir de excursión porque no
tienen para pagársela.
En el ropero que la
Cruz Roja tiene en Alcorcón (Madrid) una mañana cualquiera de octubre hay un
niño que ha venido con su madre a dejar la ropa que ya no usan a pesar de su
buen estado. No es habitual que haya pequeños en este almacén con pinta de
tienda antigua de pueblo donde hoy, nublado, la humedad deja un olor de
tintorería. ¿Para qué ha venido este muchacho con el carrito de la compra lleno
de ropa? Para dársela a la gente que no tiene, recita como si fuera la lección.
No ha ido a la escuela porque está malo, de lo contrario no tendría permitida
la entrada. La Cruz Roja tiene sus reglas. Esta sirve para que las familias que
vienen en busca de las prendas de temporada no saquen a los niños de las aulas
para probarles las tallas.
La Cruz Roja tiene
sus reglas, sí, y una de ellas es que el ropero es algo más que eso. Allí,
entre montones de zapatos, percheros repletos y estantes ordenados, se asesora,
se da conversación y consejo y, de nuevo, no
se atiende a nadie que no venga derivado de los servicios sociales públicos.
¿A nadie? Una de las normas de esta histórica organización humanitaria es que
las reglas a veces hay que saltárselas. De otro modo, el ecuatoriano Eugenio no
sería uno de los 4.000 atendidos al año en este ropero. Pero Nunci Anunciación
Cuñado Alcalde, la misma que fundó este almacén solidario hace 25 años levanta
la mano magnánima y el hombre podrá llevarse un par de buenos jerséis para
cuando le llamen a recoger naranjas a Valencia. Si hay suerte. Mientras, la
nevera de casa está vacía, y el hijo de Eugenio es el único que no tiene su
libro de inglés. Las chicas del ropero, amables y dicharacheras, están, como la
capitana, ya jubiladas. Fueron enfermeras, abogadas, amas de casa, pero la
experiencia de toda una vida no les ha curtido suficiente y a veces toca
meterse a llorar a la trastienda. Las lágrimas que se derraman en el ropero no
siempre son de tristeza. Hubo hace unos años una novia que vino a buscar ropa
corriente y encontró colgado aquel vestido blanco de cola que le quedaba
pintiparado, como si lo hubieran hecho para ella... Lo cuentan a todo el que
quiere oírlo.
Allí hay de todo.
Toneladas de ropa llegan cada año. No faltan los donantes. Y en los últimos
tiempos abundan los que reciben, entre los que crecen en número los españoles.
¿No necesitan de nada? Sí, ropa de niño de 4 a 12 años, dicen todas. Porque
procuramos que los chavales vayan al colegio sin que su atuendo se distinga en
nada del que llevan sus compañeros, explican. De nuevo, tiritas para el
estigma. En este almacén, no solo dan ropa, quieren que la gente se sienta
arropada.
Cruz Roja y Cáritas
son las dos grandes organizaciones del llamado tercer sector, que se nutre de
donativos, voluntariado y subvenciones públicas. Para ellas, entre miles de
organizaciones, es buena parte de lo que se recauda por la X solidaria del
IRPF. Gracias a esta campaña, en 2011 las organizaciones consiguieron 262 millones
de euros, cinco menos que el año anterior a pesar de que el número de
ciudadanos que marcó esta casilla ascendió en 53.000 personas. Sube la
solidaridad, bajan las declaraciones de renta. Entre todos los proyectos
presentados, el año pasado se prestó ayuda a cinco millones de personas.
Del peso del tercer
sector dan cuenta los 504.000 profesionales contratados en unas 30.000
organizaciones solidarias, por no hablar de más de un millón de voluntarios que
cooperan con ellas. El número de personas que se han interesado por prestar su
tiempo había crecido un 20% a mitad de año. Y, aun así, no dan abasto. Cáritas,
por ejemplo, está haciendo tareas de acogida y diagnóstico de personas que
luego deriva a sus propias organizaciones y eso lo deberían hacer los servicios
sociales públicos. La inversión en recursos sociales está disminuyendo con los
recortes, cuando tendría que aumentar. Alguien debería dar respuesta al diseño
de políticas y al impacto de la crisis, dice Luciano Poyato, presidente de la
Plataforma del Tercer Sector. La misión de estas organizaciones no pasa de una
actividad complementaria de los servicios sociales públicos, dice Poyato, pero
pide un esfuerzo a los donantes privados, las empresas y también a la
financiación pública. Deben seguir colaborando, porque muchas entidades van a
tenerlo muy difícil en 2013, asegura.
Ropa, comida... Y
ocio, ¿por qué no? ¿Quién quiere ver a los otros divertirse desde la ventana de
casa? El día de Halloween, decenas de niños llenaban de gritos un antiguo
economato del barrio de Carabanchel, en Madrid, que ahora es un local okupado,
con k, por personas vinculadas con la Asamblea del barrio que surgió con el
15-M. Muchos de estos movimientos de autosubsistencia se han convertido en otra
puerta abierta para la solidaridad entre vecinos. Nada tiene que ver con el asistencialismo, insisten, es solo un
modo de vida que consiste en vivir de otro modo. Pero ha resultado un alivio
para los más pobres. En el Eko de Carabanchel se celebran fiestas de Halloween
en las que participan niños de todos los colores, con disfraz y sin él. También
los padres. El que tiene, deja un donativo, el que nada tiene, nada deja. O
presta su tiempo y sus manos, por ejemplo.
Allí, en un enorme
local que para sí quisieran muchos empresarios, se dan talleres de idiomas, se
prestan libros, se dejan los materiales escolares, la ropa que ya no se usa, se
hace teatro. Incluso colaboran con los desahuciados para guardarles sus muebles
por algún tiempo. Unas 500 familias se han llevado libros de texto este curso.
Los recogimos en julio viendo la que se venía encima con la educación. La gente
traía los del curso pasado y se llevaba los del siguiente, dice Chema Mayo, uno
de los asamblearios. Claro que tratamos de cubrir las necesidades del barrio,
pero no de un modo asistencialista. Esto es precio libre, no es gratis, la
gente da lo que puede, añade. El Eko (www.bienvenida.eko@gmail.com)
se ha convertido así en una fuente de recursos materiales, culturales,
didácticos y de ocio para los carabancheleros.
En cada barrio de
cada ciudad, los vecinos saben que la caridad no siempre es bien recibida. Y
que no hay mejor forma de espantar el
estigma de la exclusión que teniendo derechos de ciudadanía. Cada vez que un trabajador social se ve en
la necesidad de derivar a una persona hacia organizaciones caritativas supone
un fracaso de los gobernantes y responsables de la política social. Pero estamos asistiendo a un desmantelamiento
del sistema social público, con la crisis como excusa, que nos retrotrae a los
años sesenta y la beneficencia, lamenta el presidente de la Asociación
Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, José Manuel Ramírez. Y
esto no está ocurriendo a escala europea, solo en España, se enfada.
Ramírez elogia la
cooperación de las organizaciones no gubernamentales, de las redes caritativas,
pero les pide, también a ellos, que
defiendan el sistema público, porque el Estado social es la manifestación
colectiva de la solidaridad. Deben defender la responsabilidad pública y
hacerla efectiva en un marco de justicia social, afirma. E insiste: El
tercer sector no debería necesitar más dinero, sino tener menos demanda: si
están desbordados es porque los Gobiernos no están haciendo lo que les corresponde,
que es invertir para que haya rentas básicas de ciudadanía y ayudas de
emergencia.
Pero corre la
mañana nublada en el ropero de Alcorcón, por donde pasa, entre otros muchos,
Stephan, un chaval de Ghana que llegó en cayuco y tenía papeles y trabajo hasta
que estalló la burbuja de la construcción. Hoy vende chatarra y si la cosa se
da bien, la cena será su comida del día.